Situamos estos dos parajes en pleno Valle de Otíñar, a tan solo cuarenta minutos en coche desde la capital jiennense.
La dificultad de la ruta es media/baja y recomendamos llevar calzado adecuado ya que encontramos alguna que otra zona de piedras, sobre todo cerca de los petroglifos.
En esta ocasión participamos en una actividad organizada por el Ayuntamiento de Jaén. Salimos en autobús, junto con nuestra guía Ana, desde la zona de la plaza de toros de la capital y nos dejaron en el Valle de Otíñar, frente al Abrigo del Toril.
Llegar hasta aquí desde Jaén es muy sencillo. Os dejamos la localización exacta en el mapa para poder seguir las indicaciones del GPS.
Además, en el mapa de nuestra ruta, podéis encontrar todos los puntos citados en esta entrada.
El Valle de Otíñar
Otíñar es un paraje situado en el término municipal de Jaén, en la Sierra Sur. En este valle podemos encontrar importantes restos históricos de diferentes épocas.
Las primeras evidencias de ocupación humana nos hacen retroceder hasta el Neolítico aunque se conocen asentamientos de la Edad del Cobre, romanos, medievales (inicialmente islámicos y posteriormente cristianos), de la época moderna y contemporánea. Por lo general, cada una de estas poblaciones se fue ubicando en la parte del valle que más se adaptaba a sus necesidades.
De este modo, en el Neolítico se buscaban las cuevas, siendo en la Cueva de Los Corzos, ubicada en uno de los barrancos más recónditos de la sierra, donde han aparecido restos de esta época. La comunidad de la Edad del Cobre buscó más el control de paso por la zona, trasladándose al Cerro Veleta. El sitio romano buscó el dominio del cauce fluvial asentándose en la misma vega. En el medievo se apostó por la defensa y control de paso, trasladándose al Cerro del Cobarrón, surgiendo la Otíñar propiamente dicha y construyendo el Castillo que a día de hoy podemos contemplar. Por último, Santa Cristina, la colonia agrícola del siglo XIX, levantó su aldea en una loma alejada del río pero sin dejar a un lado el control visual del mismo, formando cortijos a pie de huerta.
A partir de 1826 Otíñar se convirtió en una finca privada que a día de hoy se encuentra dividida en diferentes parcelas.
Nuestra visita estaba centrada en el Abrigo del Toril y el Castillo de Otíñar por lo que en este post nos centraremos en ellos. Consideramos que el valle merece mucho la pena por lo que en futuras entradas del blog ampliaremos la información acerca de todo el conjunto.
Abrigo del Toril
Nada más bajarnos del autobús, cruzamos la carretera y llegamos a la Cueva del Toril, también conocida como Cueva de Estoril o Abrigo del Toril. La cueva es un abrigo natural de 67 metros de apertura y 12 metros de profundidad máxima.
En la zona pudimos observar restos piedras que conformaban la muralla que protegía anteriormente la zona, además de restos de fogatas que han hecho mella en la cueva. Nuestra guía Ana nos comentó que hay constancia de que en el periodo neolítico esta zona albergó poblados fuertemente amurallados, con dólmenes y zonas de extracción de sílex, material que al parecer era bastante abundante en esta zona.
Pero sin duda, si algo llama la atención en este sitio, es la gran cantidad de petroglifos, en su mayoría circulares, que aparecen grabados en la pared casi vertical mediante la técnica del bajo relieve. Reconstrucciones en 3D han permitido observar muchos más de los que nuestra visión pueda alcanzar. A día de hoy se tiene constancia de más de 30 petroglifos.
Entre ellos destaca un penta-semicírculo que ha permitido elaborar la hipótesis de que se trate de un calendario solar de hace unos 4500 años, ya que su línea central coincide con el ocaso del solsticio de invierno, el 21 de diciembre. No sabemos si el “astrónomo” primitivo que dibujó estos círculos sabía que estaba estudiando las estrellas, lo que sí está claro es que año tras año observaba y marcaba el sitio exacto donde estaba la última luz del solsticio, observando que el ciclo de vida comenzaba nuevamente. Por tanto, el sitio sin duda sería considerado un lugar de culto y estaría dotado de un gran misticismo.
Además de estos círculos concéntricos, encontramos grabadas figuras humanas, una venus y otros símbolos que, según algunos investigadores, podrían ser un tipo de protoescritura o el inicio de la escritura a través de símbolos rudimentarios.
Maravillados, continuamos nuestra ruta partiendo hacia el Castillo de Otíñar.
Castillo de Otíñar
Avanzando por el camino que nos había llevado hasta el abrigo pudimos divisar el Cerro del Cobarrón y en su cima nuestro próximo objetivo, el Castillo de Otíñar. Para llegar hasta él tuvimos que abandonar el sendero principal, girando a la izquierda y afrontando la subida al cerro campo a través. Aunque suene complicado la pendiente era suave y muy fácil de afrontar, además, siempre íbamos viendo el castillo por lo que no tenía pérdida.
Por el camino, encontramos muchos trozos de cerámica, algunos más toscos y otros con terminaciones de barniz, conociéndose esta técnica de recubrimiento como vidriado. Ana nos contó que el vidriado hacía menos porosa la cerámica, evitando la penetración de suciedad en la misma y favoreciendo la higiene. También nos comentó que el estudio de estos restos nos podía dar bastantes pistas acerca de la época en la que transcurrió la historia de los asentamientos de esta zona ya que al parecer el uso de este barniz se empezó a usar en época medieval islámica. Era impresionante tener estos fragmentos de jarras y tinajas en las manos mientras Ana nos relataba quienes habían podido usarlas. ¿De verdad habían estado ahí todo este tiempo?.
Los primeros asentamientos conocidos en el Cerro del Cobarrón se remontan a la época medieval. Aritomar era el nombre que recibió la primera aldea (de origen islámico) establecida en el lugar. Estaba formada por un pequeño núcleo rural con ciertas fortificaciones y dedicada al cultivo y la explotación de los recursos del lugar. La aldea controlaba visualmente el valle del río, así como el antiguo camino que comunicaba Jaén con Granada y todo el paraje (lo que actualmente se conoce con el nombre de Cañada de las Hazadillas).
Fernando III de Castilla arrasó el pequeño núcleo rural consciente de su posición estratégica como puesto de control de la ruta hacia el Reino nazarí de Granada y tras la conquista de Jaén en 1246 mandó construir el Castillo de Otíñar sobre algún tipo de fortificación árabe anterior. La aldea se convirtió en un punto crucial de vigilancia con la frontera nazarí.
La conquista de Granada en 1492 y el desvío del camino supuso poco a poco el abandono de la zona. Tras varios intentos frustrados de repoblación, la aldea acabó por abandonarse, dispersándose su población por diversos núcleos de la zona.
La verdad que tanto el castillo como las vistas desde el mismo eran brutales. Nuestra cabeza no paraba de imaginar los puestos de vigilancia en el castillo y la comunicación con otras fortalezas de la zona mediante señales de humo y fogatas.
Desde aquí tomamos el mismo camino para retornar a la zona donde nos había dejado el autobús, finalizando nuestra ruta y volviendo a Jaén.
Consideraciones finales
¡Nos encantó la visita!. No éramos conscientes de la existencia de este gran patrimonio en la zona y sobre todo, a pesar de estar expuesto sin ningún tipo de protección, la buena conservación del mismo. Tenerlo tan cerca de Jaén, poderlo visitar y descubrir es todo un privilegio.
Está en nuestra mano seguir manteniéndolo. Por favor, no dejes de visitarlo pero sobre todo cuídalo al milímetro. Permitamos que nuestros hijos, nietos y futuras generaciones puedan disfrutar del misticismo de los petroglifos del Toril, que puedan seguir encontrando restos de cerámica donde algún día bebieron nuestros antepasados y que puedan imaginarse los puestos de vigilancia asentados en el maravilloso Castillo.
Esperamos que en Jaén se sigan promoviendo este tipo de actividades y que cada día más gente conozca la gran cantidad de tesoros que alberga nuestra provincia.